La brega con acusados y confinados: Una perspectiva pastoral
Revdo. Juan Luis Santos Díaz
Cuando el editor de esta prestigiosa publicación me solicitó compartir algunos pensamientos, ideas y experiencias como capellán y/o consejero en el contexto carcelario, el tema me llamó mucho la atención porque lejos de los intrincados pasillos de las leyes existen unas realidades paralelas que inciden en ese campo y que afectan positiva o negativamente en el ejercicio efectivo de la tarea legal de defensa. Esa realidad se presenta mayormente en asuntos de lo criminal, y aún más en particular en aquellos casos graves en que ha habido violencia. En este artículo compartiré mi experiencia, como dije antes, como capellán y/o consejero. Son varios los elementos que se presentan en la mente de un cliente, que de una forma u otra, afectan ese elemento cuasi sagrado de la confidencialidad entre abogado y cliente. Lo que pasa en ese recinto privado puede o no hacer la tarea defensora una incómoda, imprecisa o, por el contrario, acertada y apropiada.
Comienzo diciendo que en mis 47 años como pastor he sido amigo y consejero de algunos confinados que lograron su libertad bajo palabra; en otras instancias, he sido orientador y capellán en instituciones de rehabilitación de adictos a drogas, y también me ha honrado ser pastor por muchos años de varias personas exconfinadas. Por ese roce directo con personas que han tenido problemas con el sistema judicial, puedo compartir con el lector de forma directa, sencilla y sincera mis experiencias.
Recuerdo mi primera vez…fue en el ya desaparecido Presidio de Puerto Rico, mejor conocido como el Oso Blanco. Cursaba mi clase de Capellanía de Prisiones en el Seminario Evangélico de Puerto Rico en Río Piedras. Fue la época del famoso Carlos Torres Iriarte, mejor conocido como Carlos «La Sombra», fundador y líder de la hoy muy conocida organización «Los Ñetas». También estaba en esa prisión el temido Tomás Hernández Santa, conocido delincuente, a quien apodaban «Tomás Trampa». Había otros notorios, que, por ser de bandos contrarios, produjeron, posiblemente, la época más violenta, sangrienta, y tenebrosa que se ha vivido en las cárceles del país. Semanalmente aparecía un muerto; en otros casos en los recogedores de basura externos encontraban cuerpos descuartizados en bolsas de basura y cajas de cartón. Era frecuente la visita de compañías de plomería con sus máquinas industriales de destape por las frecuentes obstrucciones en el sistema sanitario del Presidio. Los hallazgos eran horrendos: pedazos triturados de extremidades humanas que eran lanzados por los inodoros y que, por supuesto, tapaban las tuberías. Cuando se cotejaba mediante el conteo de confinados, descubrían la desaparición «misteriosa» de algún cliente. El lector se debe imaginar el resto.
Ese primer día de consejería fue inolvidable. Se abrió un primer portón…no bien había entrado mi segundo pie, se oyó ese golpe seco, contundente de aquel enorme portón. El retén me identifica, me registra, da el visto bueno y procede a abrir el segundo portón. Aquel era más grande y sus barras parecían las columnas del sistema de rieles del Tren Urbano. Su sonido fue estruendoso. Si en mí, que sabía que aquellos portones se iban a volver a abrir en dos o tres horas, la impresión fue preocupante, imagínese el lector como confinado cuál sería la impresión del que tenía sobre «sus costillas» una sentencia de años.
Basado en esta primera impresión inolvidable y los siguientes años de pastor, fui aprendiendo la existencia de un mundo distinto del que yo vivía…distinto del juego de béisbol…distinto de ir al cine…distinto del mundo que llamamos «normal». En este artículo compartiré cuatro elementos que, a mi entender, pueden o no propiciar una relación apropiada entre cliente y abogado. Estos cuatro puntos son: sentido común, supuestos de vida, subcultura carcelaria y vocabulario o «jerga» presidiaria.
Muy frecuentemente, en los pasillos de la corte se oye la afirmación «Oye, es que eso que tú dices no tiene sentido común». Pienso que la ley tiene como fundamento eso mismo, el sentido común. El sentido común señala y supone la capacidad para juzgar de forma razonable cualquier situación de la vida. Sin embargo, la realidad es que hay personas que tienen una idea «rara» de lo que es sentido común. Tomemos de inmediato una situación: un caso de posesión ilegal de un arma. Es un delito grave penado con 5 y/o hasta 10 años de cárcel. El abogado se lo explica claramente a su cliente, pero éste sencillamente mira para otro lado y con una indiferencia pasmosa se le queda mirando a su abogado como diciéndole: «Unjú, los indios vienen». Pero, cuando se ausculta el trasfondo de vida de ese cliente descubrimos varias cosas: Se crio en un ambiente de violencia, veía a diario las armas pasando frente a él como si fueran juguetes y se acostumbró a ver a su «héroe» de la comarca con una. La pregunta inmediata es: ¿Cuál fue el concepto de sentido común que tuvo ese niño que hoy es su cliente? Sencillo: tener un arma y usarla es «normal», «eso no es ná». La psiquis de esa persona está en un mundo totalmente distinto del suyo como abogado…no podrá ver ni pensar otra cosa que no sea: tener un arma es normal. Y en una situación así, la posición del cliente es muy ilustrativa de su mentalidad: «Abogado, para eso le pago, defiéndame, aunque no estemos de acuerdo. Para eso le pago¨» ¡Bendita relación cliente y abogado! Es en esa coyuntura que la figura del pastor pudiera ayudar a que esta persona al menos recapacite y se dé cuenta de en qué mares está navegando.
Un segundo elemento que afecta la buena relación entre abogado y cliente es cuando hablamos de los supuestos de vida. ¿A qué me refiero con esto? Nuestra sociedad está repleta de filosofías de vida, desde religiosas hasta económicas, que forman y conforman nuestras decisiones. Desigualdades sociales, económicas, educativas, ocupacionales y muchas más. Y entre éstas no debo dejar fuera el racismo velado pero evidente en nuestra sociedad. Entonces dependiendo de dónde estoy ubicado social, educativa o religiosamente «SUPONEMOS» que el individuo de urbanización es decente, respetuoso, buena gente y cumplidor de la ley… «SUPONEMOS» desde la penumbra del subconsciente que el del caserío, la barriada o el del callejón es un tecato malo, un «bichote», al cual hay que tirarle con todo lo de la ley. Y lo triste del caso es que aún hay togados que piensan así, y se descalifican a si mismos para defender a un cliente, que incluso puede ser inocente, pero por los «SUPUESTOS» de la vida marcan a esa persona.
Esos supuestos en ocasiones chocan con la realidad y me he encontrado con situaciones en las que un acusado me ha dicho: «Pero, pastor, es que yo siento que el abogado no me cree». Un ejemplo clásico: el abogado, por razón de lo que hemos señalado, le tiene que indicar a su cliente o clienta la forma en que tiene que vestir para ir al Tribunal. Llevar una cadena gruesa, ponerse un sortijón o un brazalete llamativo, incluso el tipo de recorte, por esos supuestos de vida, puede estar enviando un mensaje inadecuado al juez y/o al jurado que ve ese caso. Ahí entra en escenario otra vez el consejero o capellán para tratar de que el cliente, piense lo que piense, haga sus ajustes. Pero, la realidad es que ese es su supuesto de vida.
Recuerdo que yo estaba como recurso de un abogado en un caso de relaciones de familia en la sala del hoy fenecido juez Pedro Luis Sálamo (QDEP). A la misma llegó una mujer de otro caso distinto del mío, y su abogado la reprendió porque había llegado con un traje extremadamente ajustado y muy corto. A esto, la mujer le contestó que esa era su forma de vestir y además, «pa’ qué preocuparse, si el juez es ciego». A lo cual su abogado le contestó: «Es ciego, pero no tonto». Sucede que él tenía una persona asistente que le ayudaba a visualizar la sala. Por poco le pone un desacato a la mujer.
A esto es que me refiero con los supuestos de vida…suponemos muchas cosas que pueden estar equivocadas. ¿Cuándo es que muchos de estos clientes entienden esas cosas? ¡Cuando caen allá adentro!, es decir, en la cárcel. En ese ambiente hay leyes, normas y reglamentos, y los supuestos desaparecen como por arte de magia. Por ejemplo, el que un homosexual entre como confinado a una cárcel NO supone que cualquiera pueda tener relación sexual con él. El que SUPONGA eso tiene un serio problema. En la cárcel se reglamenta ese aspecto. Se le da un tiempo razonable al homosexual para que decida si va o no va a tener pareja. Si éste selecciona a uno en particular y se hacen pareja, ya ellos son considerados «marido y mujer» y nadie puede tocar a ese homosexual. Si decide quedarse soltero, ni él se puede acercar a otro confinado ni ninguno puede cercarse a él. Esto es para evitar las peleas por celos. Y créanme, en las cárceles se hacen sus ceremonias de casamiento. A veces «suponemos» cosas y estamos muy equivocados.
Un tercer elemento fundamental que ayuda a la relación abogado-cliente es entender bien claramente lo que es la subcultura carcelaria. Esto incluye comprender el entorno que rodeó al cliente encarcelado. Ese entorno incluye costumbres, tradiciones, creencias religiosas (santería, espiritismo, etc.) y hábitos de vida. Una vez atendía a un confinado. Una de las normas de este proceso es NO preguntarle al confinado por qué está preso y si es o no inocente. De la única manera que se habla de esos temas es si el confinado lo trae motu proprio. Pues, éste lo hizo. Confieso que tuve que hacer un gran esfuerzo por mantener mi compostura y no echarme a reír. Hubiera sido una falta de respeto al confinado, pero su ingenio fue único. Su observación: «Estoy preso porque le sustraje indebidamente $50,000 a mi hermana». ¡SUSTRAJE INDEBIDAMENTE! Eso fue o hurto, o apropiación ilegal agravada o escalamiento, pero su mente de subcultura lo lleva al eufemismo. Lo que completó el cuadro fue su interesante conclusión. ¿Qué uso le dio al dinero? ¡Lo invirtió en actividades de solaz y esparcimiento social! En mi sector de crianza en el pueblo de Yabucoa, allí en el sector El Sapo y La Piedra se dice: ¡se fututeó los $50,000! Los gastó en casinos y carreras de caballos. Si no entendemos esta subcultura ni se puede defender bien a un cliente ni tampoco asistirlo espiritualmente.
Finalmente, algo que es muy distintivo de un cliente, y máxime si éste es encarcelado, es conocer su vocabulario. Menciono algunos de esos vocablos o frases, pero entraré en su sentido o significado en un próximo artículo. Estas frases y/o palabras están arraigadas en el diario vivir de aquellos que están o han estado presos. Se divulgan mayormente en las letras de canciones populares, principalmente de la salsa. Esto fue muy popular en los años 65 a los 80, y todavía perduran. Cantantes famosos que pasaron por la experiencia del encarcelamiento se encargaron de sacar ese lenguaje del «otro lado de la verja» y nos lo hicieron conocer por medio de sus canciones. Algunas de esas frases o palabras son:
- Las Tumbas
- Preso humilde
- Oye, allá arriba están baldeando.
- En la 42 ponen a los jorobaos derecho.
- Muchacho, se ve que estás tumbao.
Termino con esta adivinanza producto del ingenio carcelario. Fue escrito por un cantante hoy fallecido (mencionaré su nombre en el próximo articulo). Les invito a tratar de descifrarla. En ella se da un fenómeno que incidía en la vida cotidiana de la cárcel. En este verso se describe una escena que puede generar más clientes para los abogados defensores. La adivinanza es:
«Blanco es,
frito se come.
Gallina lo pone,
y huevo no es».