Nota del Editor
Este segundo número trae secuelas – en ambos sentidos de la palabra – del primero. La controversia generada por un texto satírico mal entendido y peor adjudicado por algunos se manifiesta en unas reacciones postpartum. En sentido más moderno, hay unas colaboraciones a manera de continuación del tema. Todo ello, claro está, sin desliz momentáneo del compromiso con la libertad de expresión.
Tres colaboradores continúan aportando. Uno acerca de su experiencia como capellán en los penales, y otro de la suya como conocedor del intríngulis de los litigios por impericia profesional médica y hospitalaria. El tercero nos advierte del peligro de confiar ciegamente en la nueva tecnología de inteligencia artificial presentada en su artículo anterior.
Un autor nos advierte también sobre un error en la apreciación numérica de los resultados comparados del examen LSAT en español o inglés.
Otro colega aboga por que se adopte del pasado remoto el uso de la toga para las comparecencias de los abogados en los foros judiciales, como elemento nivelador de diferencias en vestimenta y apariencias que puedan influir en ciertos ánimos.
La lección amarga de una tragedia de un pasado no tan lejano, con tangencias importantes a la administración de la justicia, cobra vida en el recuerdo de un compañero.
Este número tiene un marcado acento cuentístico. El autor que se solidariza con el autor reprobado lo hace con un cuento que es continuación del causante del revuelo. El escritor impugnado nos ofrece otra muestra de una imaginación anclada en asuntos jurídicos, aunque con matiz humorístico. Otro colaborador anterior ahora nos presenta un cuento tomado de una vertiente del sistema de la justicia penal.
Dada su versatilidad, el autor cuyo texto fue objetado aparece con una caricatura de comentario silente sobre el asunto, y su exitoso libro sobre su experiencia como juez de primera instancia es reseñado.
Finalmente, pongo otras dos letras para los letrados.
Alberto Medina Carrero, editor