Dos letras para letrados
Alberto Medina Carrero, Editor
La última vez que me comuniqué por este medio con ustedes lectores el mundo – sobre todo el de la comunicación – era muy distinto. No hace falta insistir acerca de lo evidente. Lo que no ha cambiado es la necesidad de escribir bien, tanto en el ámbito personal como en el profesional. Espero predicarles a los conversos en esta nueva etapa de la revista Ley y Foro, que, irónicamente, se produce en un medio al que se le adjudica una cuota grande de culpa del deterioro gramatical y lingüístico que padecemos como pandemia de la palabra.
Por mi parte, no creo que la enfermedad esté en la sábana cibernética que cobija al mundo. El mal tiene raíces más profundas y arraigadas, que he señalado en otros lugares: falta de cultura general, poco aprecio por el lenguaje y pereza intelectual. A lo que se valora poco no se le presta la atención debida. Como se da por bueno lo malo o mediocre, no se considera necesario modificar o mejorar lo que se escribe. La inercia es una fuerza muy fuerte y difícil de superar. ¿Para qué pasar trabajo, si lo que se hace basta para funcionar?
Lo que no se comprende desde ese punto de vista es que, en realidad, se funciona mal y se es ineficiente cuando se redacta de manera fallida. Escribir mal no es meramente hacerlo incumpliendo unas normas académicas, sino hacerlo de más y con defectos que dificultan la comprensión cabal de lo que se intenta comunicar. En otras palabras, es poco práctico. El que redacta mal generalmente no va al grano o no lo separa bien de la paja. Mezcla alegaciones con hechos probados, cita disposiciones de ley como si fueran conclusiones de derecho; todo ello en un estilo enrevesado y confuso. Sobre todo, escribe de más porque no utiliza los recursos que el propio lenguaje provee para decir lo justo, dígase en ambos sentidos de la palabra. La inseguridad del insipiente lo conduce al exceso en la expresión.
Se equivoca, pues, quien cree que la buena redacción es un asunto secundario, de interés solo para un grupito de académicos, intelectuales trasnochados e hispanófilos de espíritu decimonónico. Los que por vocación hemos dedicado nuestra vida a hablar y escribir por otros les debemos hacerlo con la mejor voz posible: una voz clara, correcta – si posible, elegante – y persuasiva. Por ellos y por nosotros mismos, porque nos debemos la mejor proyección personal y profesional como hombres y mujeres del Derecho.
Redactar bien exige un ejercicio intelectual – y, en nuestro caso, moral – de introspección profunda en busca de la palabra, la expresión, el giro que esclarezca dudas e ilumine conciencias en el camino hacia la Justicia. No es poca cosa en nuestro sacerdocio. Por eso, dedicaré dos letras en números futuros a examinar las dificultades y deficiencias persistentes en la comunicación de nuestro foro a todos los niveles. De aquel ayer algo lejano al hoy que se prolonga en este siglo XXI veo con pesar que hay que seguirse ocupando del rescate del buen decir en un esfuerzo continuo ante las viejas malas costumbres idiomáticas y otras de reciente cuño. En este lugar de cuyo nombre siempre quiero acordarme, reanudo la quijotada de romper lanzas por mantener la tradición del abogado letrado.
Te felicito por resucitar Ley y Foro. Me sentaré a escribir algo breve que tengo pensado. ¿Hay requisitos? ¿Máximo o mínimo de palabras, formato?