Dos letras para letrados
Escribir ¿para qué?
En el número anterior abordé sucintamente en esta mirada introductoria de la redacción el asunto de a quién se le escribe, como paso previo a poner dedos sobre teclas. Ahora corresponde decir un par de cosas acerca de para qué escribimos, a fin de ajustar miras y no perdernos en los vericuetos mentales de confusión de propósitos, que dan lugar a textos innecesariamente largos y erráticos.
Pero Grullo diría que escribimos para comunicar, pero eso no basta porque en ello hay varias vertientes y cada una tiene su «truco». Empecemos por lo más sencillo en apariencia: el texto esencialmente informativo de una realidad o, para decirlo abogadilmente, de «hechos objetivos». Dejando a un lado la inevitable subjetividad del ser, lo que se busca es exponer, sin sesgo alguno, unos datos incontestables.
En ese caso, prima el lenguaje directo y sencillo, sin adjetivaciones que comuniquen juicios de valor. Lo que importa es la precisión con la que se describan las cosas – objetos, personas, sucesos – con un lenguaje lo más neutral posible. El objetivo se resume en la máxima legal harto conocida: res ipsa loquitur. Queda de parte del que escribe la selección del vocabulario más apropiado para lograrlo.
Cabe apuntar aquí algo que es notorio en muchos textos procesales: la confusión de una relación de hechos con una exposición del derecho aplicable. Por insólito que parezca – y lo es – hay colegas que en medio de una exposición de los hechos de un caso hacen referencia a disposiciones de tal o cual código o ley, evidenciando con ello una falta de estructura del pensamiento y rigor intelectual.
La subjetividad tiene su lugar en el texto con fines persuasivos, es decir, de análisis para convencer. Es ahí donde intentamos inclinar el ánimo del lector hacia nuestro punto de vista con todos los recursos expresivos a nuestro haber. Siempre con apego a la verdad, desplegamos cultura jurídica y cultura general, especialmente de las artes del lenguaje, para que se haga la justicia en la que creemos.
Aquí sí que es lícito emplearnos a fondo en la retórica – nunca vana – como arma poderosa en la justa de la justicia. No se trata de ser cursi o pedante, sino de expresarnos de una forma coherente, contundente, convincente, y si posible, elegante, a favor de los intereses que representamos dignamente. Abogamos con la palabra; por ello, procuremos usar las mejores para abogar mejor.
La naturalidad no está reñida con lo anterior. No asumamos poses que no nos sean propias. Si no contamos con los recursos personales para expresarnos de cierta manera, no lo hagamos, pues acabaremos haciendo un papel triste y hasta risible, por pretencioso. Como en todo lo demás, seamos auténticos en la expresión. Escribamos correctamente con nuestra voz propia, sin imitar a otros.
Alberto Medina Carrero
Editor
Saludos Colega Alberto:
! Excelente escrito !
Feliz semana.
Saludos Colega Alberto:
! Excelente escrito !
Feliz semana.