La sonoridad del silencio
Ricardo Alegría Pons
Al decir de un ilustre filósofo, la historia se repite. En cambio, lo que desafortunadamente no siempre se repite es la altura de miras de sus protagonistas, sus valores, intereses y compromisos. De ahí, más tristemente que de su desconocimiento – como sostenía Jorge Agustín Ruiz de Santayana, que el deja vu de esta inevitable repetición seguramente sea acometida como tragedia o como farsa, como señala Carlos Marx en el 18 brumario de Luis Bonaparte:
«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa».
Paul Nizan, escritor francés, escribe en su libro Aden Arabia:
«Siempre se me ha dejado creer que los hombres tenían espesor; creo que hay algo que les impide ser opacos como auténticos hombres, como esos de los que se habla, por ejemplo, en la Historia, en la Poesía. Por lo tanto, ¿el hombre no será nunca otra cosa que un personaje histórico?».
Su compatriota Albert Camus, a raíz de su viaje a Estados Unidos de América al final de la Segunda Guerra Mundial, escribe:
«En este País (los Estados Unidos de América) donde todo está hecho para demostrar que la vida no es Trágica, ellos perciben que algo falta. Este gran esfuerzo es patético, pero se debe rechazar lo Trágico luego de haberlo visto, no antes».
En estos tiempos tan tecnológicos, cuando los medios de difusión abarcan y aprehenden todo el planeta, cuando ningún resquicio del mundo y del quehacer y proceder humano pueden permanecer invisibles a la mirada humana, ¿puede atribuirse la indiferencia, el silencio, a la ignorancia, al desconocimiento de la Tragedia?
«Los latidos del corazón – escribe Emilio Lledó – marcarán siempre el acompasado medir del tiempo humano, y es desde él desde donde se han levantado las palabras».
¿Cómo explicar – más aún – cómo justificar estos silencios, esta falta de compromiso ante una tragedia que hiere la retina?
Es en tiempos aciagos como estos, tiempos terribles de genocidio, de complicidad y de encubrimiento, cuando más se recuerda, y se echan en falta voces comprometidas, voces condenatorias como la de Camus o Sartre, durante el conflicto argelino, el siglo pasado.
Es en la orfandad de voces comprometidas cuando el silencio ante el oprobio retumba más sonoro.
Y como advierte nuestro Francisco Hernández Vargas:
«Ante esta realidad que nos abruma sólo falta ser cómplice en el mal, convirtiendo en polilla nuestra pluma».