Una carta censurada sobre la censura

Gabriel García Maya
Cabo Rojo
Se le atribuye a Voltaire la frase: «Podré no estar de acuerdo con lo que dice, pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo». Aunque estudiosos de su obra no la han encontrado en sus escritos, sino que la produjo una biógrafa británica cuando el filósofo salió en defensa de otro escritor con el que no estaba de acuerdo en el contenido ni la forma de sus escritos con este texto: «Este hombre valía más que todos sus enemigos juntos, pero no aprobé nunca los errores de su libro ni las triviales verdades que vierte con énfasis. Tomé partida por él cuando hombres absurdos lo condenaron por esas mismas verdades»
Sea que la haya dicho Voltaire o su biógrafa, lo cierto es que recoge un principio que un Colegio, compuesto de profesionales del derecho, creíamos que lo defendía y, lo que es más importante, lo practicaba. Pero lo que han hecho algunos colegiados con un escrito del jurista y escritor Hiram Sánchez Martínez constituye una mancha, o mejor, una sombra tenebrosa de intolerancia en su Ilustre historia. Supongo que su presidente Manuel A. Quilichini presentará su renuncia inmediatamente, ya que ordenó la censura, «como medida cautelar». El problema es que esa falta no puede ser corregida, pues, equivale a recoger un saco de plumas lanzadas desde un campanario.
Hiram fue invitado a escribir en la revista digital Ley y Foro. Publicaron su escrito, pero inmediatamente lo censuraron y no podía accederse para leerlo. Curiosamente, publicaron en la misma edición una caricatura suya sobre el tema de la rueda de reconocimiento, es decir, del procedimiento que se utiliza para identificar a un sospechoso de delito. De manera, que no censuraron la persona del autor que hubiese sido terrible, pero censuraron el tema del idioma porque Hiram escribió un cuento en el que exponía una controversia que los académicos de la lengua han aclarado una y otra vez: el idioma lo transforma el uso común y corriente y la academia lo acoge, no la imposición artificial de ideologías o el deseo de cambios a la fuerza.
Si la revista hubiese decidido no publicar el escrito en cuestión, derecho tenía a no publicarlo —para eso tienen su libertad de línea editorial— pero una vez publicado voluntariamente, es difícil justificar su censura porque a algunos no les gustó el tono, el contenido o el humor. Más elegante les hubiese quedado si otro escritor analizara el escrito y lo combatiera como lo hacen los maestros de las letras y las leyes: con razonamientos de su pluma y no la sangre de su espada.
La historia del Colegio lo ha posicionado al lado de los que sufren injusticias, persecución y censura. Como me dice el gran amigo Jorge Sosa : «El Colegio, que otrora fue espacio libre para la voz de los disidentes, de los ‘comunistas,’ del velorio de Filiberto y de los excluidos por su identidad sexual, se ha dejado tomar por censores inmisericordes».
Es contrario a esa historia lo que han hecho con el escrito de Hiram, que en lo adelante será apreciado por prohibido. Porque como dice Sergio Ramírez:« La literatura es una conspiración permanente contra las verdades absolutas».
O mejor suena en lenguaje llano, el de nuestra escritora Mayra Montero, que reconoce el derecho de los escritores «… a tocar los temas que consideran oportunos, desde la perspectiva que les da la gana…»
