El Colegio de la mancha
Gabriel García Maya
Me visitó un cliente que venía referido por un abogado que le dijo ser primo tercero mío,
que yo había sido juez y que me gustaba llevar causas perdidas. De momento no pude recordar al abogado referidor, pero, al describírmelo, lo recordé y le aclaré: «Lo único cierto que le dijo fue que era primo tercero mío, ya que nunca he sido juez, a Dios gracias, y no me gusta llevar causas perdidas, pero me desvelan las injusticias».
Recordé que ese primo tercero mío, aparte de ser buena persona, fue un excelente estudiante y se hizo abogado; lo nombraron encargado de asuntos de seguridad en La Fortaleza, se destacó como escribidor de textos jurídicos, ocupó un cargo de juez de instancia y del apelativo y después le entró no se sabe qué en la cabeza que se hizo escritor de cuentos, novelas, artículos periodísticos y opinador en la televisión. Y ahí comenzó su perdición. Llegó a creer que los cuentos que inventaba eran la vida real y se pasaba desvariando, buscando en el armario las diversas caras que guardaba para las distintas situaciones que se le presentaran, como él mismo admitía.
A lo mejor en ese estado estaba cuando pensó de este cliente que quería cambiar el nombre del Colegio para que lo incluyera.
Entonces dijo el cliente:
«Hasta al Colegio se le salió la mancha de plátano cuando le narré esa entrevista a su presidente, al extremo que dictó lo que llamó «una medida cautelar» de borrar de sus archivos el nombre de ese abogado, como una vez hizo el Tribunal Supremo con el nombre del también abogado, Pedro Albizu Campos».
El cliente, además, que sabía perfectamente que lo habían referido por pasar la papa caliente de su reclamo, añadió:
«Yo le mencioné al abogado primo tercero suyo lo del nombre del Colegio para probar su cordura porque me consta que los escritores, de tanto inventar historias se las creen. Y no me equivoqué».
Entonces se levantó de la silla, me extendió su mano izquierda y se despidió diciendo: «Ese primo tercero suyo llegó a creer que yo necesitaba de sus servicios para cambiar el nombre del Colegio, como si yo no supiera y mis padres antes que yo, que el nombre no hace la cosa, pues, como dijo ante una comisión legislativa que quería enredarlo, un ilustre colega cuando era Secretario de Justicia y ahora juez del apelativo: «una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa», pero el primo tercero suyo se quedó en su viaje imaginario y peor lo hicieron aquellos del Colegio que lo censuraron, bajo la creencia infundada de que con el lenguaje resuelven las desigualdades; pero, para complacerlo vine a contarle a ud, que, ya que no ha sido juez, me podrá entender sin necesidad de juzgarme».