La canción de la cárcel

(Una perspectiva pastoral)
Rev. Juan Luis Santos
En el segundo artículo sobre el tema de elementos que afectan la relación entre abogado y cliente, desde una perspectiva pastoral, enfocamos algunas de las jergas, dichos y «trucos» que se dan dentro del contexto del confinamiento carcelario. Este tercer artículo va enfocado a cómo el confinado enfrenta el tiempo en la institución carcelaria. Señalaremos elementos de su realidad presente y cómo se expresa al respecto. Veremos cómo visualiza y analiza lo que tiene ante sí, en comparación con lo que tenía en la libre comunidad. Son varias las cosas que emergen en su mente, y en muchas ocasiones provocan ira, remordimientos, recriminaciones y, en el mejor de los casos, arrepentimiento, por no haber apreciado cosas de valor que ahora echa de menos. Nuevamente lo veremos a través de la música popular porque, posiblemente, es la mejor exoresión pública de una experiencia privada.
La privación de la libertad es catastrófica para muchos. Eso causa de inmediato la subsecuente situación de extrañar lo perdido, lo cual podemos identificar rápidamente: la relación romántica de ese amor (esposo, esposa, pareja) que ahora no estará presente, con la consiguiente pérdida de la intimidad, como por la compañía diaria; la ausencia de los seres queridos más allegados (madre, padre, hijos) pero, principalmente, la madre. Otro elemento de pérdida está en los verdaderos amigos que le indicaban con valentía que estaban mal versus aquellos que eran sus «compinches» y que ahora «brillan por su ausencia». Otro elemento de gran valor son ciertas actividades sociales sanas como jugar una partidita de dóminos, que para ellos en su mundo del delito eran «tonterías», pero que en su encarcelamiento aparecen en los amargos recuerdos: los juegos de niños, las actividades bailables en la marquesina de la casa del vecino, el darse el «palito» en el cafetín de la esquina y otras tantas cosas como estas.
Probablemente, los dos asuntos que irrumpen en la mente del confinado desde el principio son el amor a la esposa o pareja, y el amor a la madre. Ambos cobran una inminente presencia en esa mente. El más inmediato es el de la esposa – porque ya no habrá sexo, por razones obvias – y el amor a la madre es secundario en esa primera etapa de encarcelamiento. El confinado no tendrá presente esa parte de su vida, pues ya esa intimidad se pierde. Solo quedarán los recuerdos que atormentarán esa mente…es un amor encarcelado entre barrotes fríos. Así nace la triste canción-lamento del conocidísimo cantante Ismael Rivera, quien cayó preso por posesión de drogas y cumplió cárcel en Lexington, estado de Kentucky, para 1962. Aquí surge ese bolero llamado: Mi libertad eres tú. Dice la letra:
En la triste soledad de mi celda,
yo compuse esta canción para tí.
Y quise adornarla con las frases más bellas,
pero todo lo que pude conseguir
fue la cruda franqueza de mi corazón,
Que huérfano de ti ya no podía razonar,
triste sino de aquel que vive preso
llevando en el pecho un amor que le devora el corazón.
Libertad, bendita libertad.
Yo sé que muy pronta vendrá,
pero no estará completa, vida mía,
si al lograrla faltas tú.
Dos noticias alocan a un confinado: la muerte de la madre, y recibir los documentos de divorcio. En el primer caso se hunde en un mar de dolores, amargura y recriminación por haberle causado tantos sufrimientos a la que ellos llaman con orgullo «la mujer que me parió». Ese dolor es muy profundo, toca lo más profundo del corazón. Sin embargo, el rompimiento con su pareja es distinto. Es devastadora esa noticia y produce una reacción diferente: coraje, rabia, rebeldía y, al mismo tiempo, vergüenza. Esa noticia desata un mar de comentarios y burlas por parte de compañeros de celda, que laceran el orgullo masculino. Salen frases mordaces, tales como: «Mostro, te dejó en la inopla», «Brother, te la está pegando bien duro»; «Te la está administrando otro», y cosas así. Esto descompensa a un preso. En la canción citada se dice: «que huérfano de ti, ya no podía razonar» y sigue diciendo: «Triste sino (destino), de aquel que vive preso, llevando en el pecho un amor que le devora el corazón».
La pregunta es: ¿Cómo puede un abogado atender la situación legal de un cliente cuya mente está pensando más «¿con quién me la estará pegando?» que en su situación legal? Una participación adecuada del confinado requiere una mente clara, despejada y hasta fría, en el buen sentido de la palabra. Pero, con esos «fantasmas emocionales» rondando la mente de un cliente, el abogado tiene que convertirse en psicólogo, psiquiatra y hasta en pastor o sacerdote. Esa coyuntura emocional, ya por sea la pérdida de la madre o el mero anuncio de un divorcio, es motivo suficiente para que un confinado o confinada llegue a considerar el suicidio. Aquí es cuando la función del socio penal, el psicólogo, el pastor y/o el sacerdote es un recurso imprescindible. Así tuve un caso de un confinado que recibió su carta de divorcio y tuvo la intención de fugarse de su institución carcelaria. Para él hubiera sido más o menos fácil porque estaba en el Campamento Punta Lima, sin verjas ni barrotes, y pudo haberse ido por la playa para salir al malecón de Naguabo. Solo lo convenció otro confinado, que le advirtió que los guardias dispararían a matar y que se acordara de su madre. Un preso entre los barrotes y dos amores.
Otra canción que habla de esa añoranza de la libertad la escribió el cantante Frankie Ruíz, hoy fallecido, quien fue sentenciado por agredir a un asistente de vuelo doméstico en EE. UU. Fue sentenciado a 4 años de prisión federal; cumplió su sentencia en una prisión en Tallahassee, Florida. Ciertamente hay un detalle que muchos no reconocen en estos músicos. Estas personas son muy inteligentes, tienen gran imaginación, habilidad interpretativa y versatilidad para componer canciones. Frankie Ruiz escribió una canción con un título casi igual que el de Ismael Rivera, pero la tituló Mi libertad. Ambas hablan de ese valor perdido, pero en direcciones distintas aunque paralelas. Aquí parte de esa letra:
Una colilla de cigarro más,
un cenicero que va a reventar,
la misma historia triste y sin final.
El mismo cuento de nunca acabar,
y la carcajada de otra madrugada.
Se burlan cuatro paredes,
rutina, puerta cerrada
y el carnaval de barrotes
bailando sobre mi cama.
Extraño aquella cometa
que cuando niño volaba,
y a mis amigos del barrio
que mis canciones bailaban.
Quiero cantar de nuevo, caminar
y a mis amigos buenos visitar
pidiendo otra oportunidad.
Bajo el farol del pueblo conversar
y en una fiesta linda celebrar
¡¡¡mi libertad!!!
Resalto varias frases: 1) «el mismo cuento de nunca acabar», 2) «La carcajada de OTRA madrugada», 3) «Se burlan cuatro paredes», 4) «Carnaval de barrotes bailando sobre mi cama». Estas son expresiones literarias que van desde imágenes, símiles y metáforas. La súbita pérdida de la libertad provoca en el ser interno de esta persona variadas sensaciones. Corajes, frustración y la dolorosa nostalgia por su niñez se levantan desde la sombra y el silencio de una almohada que sirve de paño de lágrimas a las nueve de la noche, hora de apagar la luz de la celda. El hecho de hablar de confinado, delincuente, preso no cancela la realidad de que en muchos de ellos todavía hay una parte noble e ingenua, por lo cual conservan dentro de sí vestigios de bondad y buenos recuerdos.
Esto que acabamos de decir puede, en cierto modo, moldear la relación entre abogado y cliente. En sus diálogos, ambos pueden experimentar unas disyuntivas, sentimientos encontrados, incluso chocantes con la realidad legal. Esto que me dice, ¿será cierto o me quiere manipular? ¿Le doy o no peso a esta historia emocional o me torno frío y calculador? ¿Me está afectando al punto que me enfrasco en un intento casi irracional para provocar eso que se llama «duda razonable»? No se puede olvidar que además de tener esa formación profesional, metódica y calculadora, el abogado es un ser humano sujeto a ser impactado por las «historias» de sus clientes, e incluso puede llegar a ser manipulado.
Ciertamente, una persona que ha delinquido, ha sido juzgada y sentenciada es mal visto por muchos. La mayoría piensa que el tal no va a cambiar, por lo cual la condena es doble. Una es por su delito; otra es por haberle fallado a la vida y a su gente. De este modo, lo envían a un viaje doloroso a alta mar sin esperanza de llegar a puerto seguro. Sin embargo, dependerá de los que realmente son amigos, de esos familiares abnegados que permanecen fieles cerca del confinado, para que tenga una nueva oportunidad. Ese grupo conformado por abogado, familia, iglesia, pastor, psicólogo, puede representar un buen grupo de conspiradores positivos. El fruto de este esfuerzo podría redundar en lo que Frankie Ruiz dice en dos estrofas de su canción:
Quiero cantar de nuevo y caminar
y a mis amigos buenos visitar.
Bajo el farol del pueblo conversar,
mira, y en una fiesta celebrar….
Quiero cantar de nuevo y caminar,
y celebrar mi libertad.
Ahora me ha llegado el momento
y tengo otra oportunidad.
Ciertamente otros cantantes como Marvin Santiago (QDEP), también aportaron en esta dirección con sus letras y filosofía «de la calle». En su canción Nostalgia derrama su alma en añoranzas y recuerdos de eventos que como preso extrañó. Solo el dato de la hora de acostarse ilustra esa subcultura de la cárcel. Mientras en la libre comunidad te acuestas, literalmente y en su vocabulario, «cuando te daba la gana», ahora en la cárcel se apaga la luz a una hora específica. Solo resta hundir la cabeza en la almohada para esperar que los «fantasmas de la noche» inunden los pensamientos. Aquí hay una breve mención de esa canción:
Nueve de la noche, hora del silencio,
hora de acostarse, de meditación..
Yo estoy recordando la gente del barrio,
¿cómo estarán ellos con su eterno son?
Yo estoy recordando la gente del barrio,
¿cómo estarán ellos con su eterno son?
Silencio, silencio que están durmiendo
mi abuela y tío Crescencio allá en su habitación.
Esa maldita hora del silencio alborota con fuerte sonido los viejos demonios de los recuerdos. Hay silencio en los pasillos, pero estridencia en el corazón y la mente, que reproducen en forma de tortura intangible aquellos buenos consejos de abuela y de algún buen tío: «Mi’jo, no hagas eso; mira que te puede costar caro»; «Nene, esa amistad no te conviene; aléjate de él». En aquel momento, la prepotencia y el indomable sentido del valor, y por tener más «co….nes» le hacían rechazar esos consejos. Ahora, a las nueve de la noche, hora del silencio y luces apagadas, saltan a la mente esos recuerdos como aguas estrepitosas de una salvaje cascada. Silencio en el pasillo… revuelta en la mente. Por eso, cuando el abogado llega a la hora de visita para hacer su trabajo, encuentra a su cliente en estado de «catatonia emocional» o en una perturbación tal, que no puede ser «colaborador» efectivo en la preparación de su defensa o su apelación del caso. Es aquí, repito una vez más, cuando las personas que le rodean se convierten en los mejores aliados, incluido el pastor. Su orientación, su dirección espiritual ayudará al confinado a pasar ese vendaval de «barrotes bailando sobre la cama».
Como hemos visto, es sumamente complicado ese mundo de la relación entre abogado y cliente. Un buen abogado no es tan solo el que presenta una buena defensa en favor de su cliente. También es aquel que siendo sensible, y sin dejar a un lado la función técnica de la abogacía, trasciende un poco más allá para percibir que su cliente necesita de un equipo multidisciplinario y multiprofesional. De esta manera, y no importando cuál sea el resultado final de su trabajo, quedará satisfecho consigo mismo por su labor de altura.
